(Mc 16,9-15): Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».
Fue a comunicarles la noticia pero no le creyeron. ¿Por qué? ¿Porque esas palabras venían de una pecadora? ¿Porque venían de una mujer? ¿Porque estaban tristes y la tristeza, el llanto, la angustia, la depresión no les dejaba ver otra cosa sino lo que tenían delante de sus ojos? Debía ser por esto último o porque no habían entendido lo que les había anunciado, pues también vinieron dos compañeros, no mujeres, no pecadores públicos, y tampoco le creyeron. De nuevo, pues, tuvo que hacérseles presente, recordarles las cosas, y decirles lo mismo: No se encierren en este lugar, vayan y anuncien. Pero con sus obras, porque hay que anunciarlo no solo a las personas sino a toda la creación. Hoy nos viene bien recordar esto: a toda la creación. En un día que hay una campaña mundial de apagón eléctrico para recordarnos los esfuerzos que hemos de hacer para que el cambio climático no se acelere. A toda la creación. El Evangelio no solo es una llamada a rezar, sino, sobre todo, a trabajar para que el mundo funcione de acuerdo a unos criterios de igualdad y de fraternidad. Ahí puede estar nuestra incredulidad actual.
Invitación, consejo, mandato. ¿Cómo nos lo tomamos cada uno? No importa que no sepamos hablar de modo convincente, no importa que no seamos políticos, no importa que no tengamos un papel relevante en la sociedad civil. Importa creernos que todos somos iguales y hermanos, y por tanto defender esa condición tanto a nivel personal como reclamarlo para las estructuras sociales que nos sostienen. Es un mensaje de alegría, de esperanza, de compromiso. Pero es que eso es la Pascua.
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