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2 de Marzo, 2008


Saber ver

Jn 9,1-41):  En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.

Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No lo sé».

Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta».

No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».

Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?». Y le echaron fuera.

Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece».

En uno de los periódicos dominicales de hoy en Gran Canaria aparece el artículo de un sacerdote en el cual y en el contexto de los debates políticos que en estos días nos rodean en España con motivo de las próximas elecciones hace un homenaje a lo que él llama el auténtico debate, cual es el que brindan los miles de voluntarios que en las islas y fuera de ellas dedican su tiempo a los demás, saben ver la realidad e intentan con su acción voluntaria transformarla, muchos de ellos desde una opción creyente. Y comenta que el debate verdadero se llama VER, algo muy relacionado con el Evangelio de hoy pues aparece como protagonista alguien que comienza a ver. Y dice textualmente:

 

“El verdadero debate surge sin palabras cuando se pone corazón. Sobran las palabras para uno expresar su alegría por los jóvenes estudiosos, trabajadores, solidarios que los hay, hay muchos, y los conozco y los apoyo y los animo. Y hay debates para no acabar nunca enumerándolos, sin necesidad de palabras, para manifestar el desacuerdo con las situaciones de injusticia; de gente inmigrante que ha venido sorteando miles de problemas para poder mandar un poco de dinero a los suyos; o familias como la de Guía (un pueblo de la localidad) que busca comida en el vertedero -¿qué políticos  ciegos no la habían visto?-. El debate verdadero, pues, se llama VER.

 

Precisamente este domingo, los que vayamos a misa escucharemos un evangelio que nos cuenta que Jesús vio a un ciego de nacimiento y lo curó. Pero muchos judíos protestaron porque, vaya qué pena, estaba muy bien que lo curara pero no precisamente un sábado, que era el día que había que respetar. Siempre hay guardianes de la ley por encima de las personas. Y al pobre hombre que había sido ciego lo expulsaron del templo. Hay mucha gente con ojos aparentemente abiertos y no ven a cuatro montados en un burro. Hay ciegos muy ciegos en la política y también en la Iglesia, no se vayan a creer. Yo me quedo con lo que decía El Principito: Lo esencial es invisible a los ojos. Solo se ve bien con el corazón” (Jesús Vega Mesa, sacerdote).

 

Necesitamos ver, aprender a ver la realidad que nos rodea. Ver con nuestros ojos y nuestra mente, sí. Pero también ver con el corazón, con esos ojos que nos da la fe. Siendo hijos de la luz nuestro caminar debe ser como el de las pequeñas antorchas o insignificantes luciérnagas que dejen regueros de luz a nuestro paso, rompiendo las tinieblas de la injusticia, de la discriminación, del aislamiento, de la mentira, en esa acción voluntaria, a la que no nos presentamos por un cargo político sino por un compromiso ético y/ o creyente. Gracias, Señor, porque podemos seguir teniendo la oportunidad de ver lo que nos rodea desde fuera y desde más adentro: desde la fe. Y perdón por las veces que pudiendo ver, no queremos ver y nos hacemos los ciegos.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 2 de Marzo, 2008, 11:17, Categoría: Comentarios al Evangelio
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