(Lc 11,29-32): En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás».
Así como Jonás volvió a la vida desde las fauces de la ballena, Jesús también lo hará desde su muerte. Es la gran señal de los creyentes, es el gran misterio: la nueva vida, la Resurrección, para la cual hay que pasar por la muerte. Es la señal de la Cuaresma que hemos comentado, ser personas nuevas, para lo cual también hemos de dar muerte al hombre viejo. Algo más que Salomón y Jonás, es Jesús y su nuevo estilo, su nueva vida. ¿Mejor señal queremos?. Aplicándolo a nosotros mismos hemos de recordar el comienzo de la Cuaresma: Conviértete, y cree en el Evangelio.
En ese corazón nuevo hemos comentado estos días, leyendo las Bienaventuranzas, el trato preferencial hacia los desfavorecidos y el compromiso por una sociedad donde impere la justicia son buenas señales de conversión no solo a niveles personales sino también grupales o colectivas.
En nuestra sociedad persisten y se incrementan múltiples formas de dominación que no son conformes a la dignidad propia de los hijos de Dios. Es criterio central del Evangelio la prioridad de los desfavorecidos y de los últimos. Así lo dice el juicio a las naciones, "lo que hayáis hecho a cada uno de estos mis hermanos menores me lo hicisteis a mi" (Mt. 25, 40). Se han de priorizar acciones que favorezcan la integración social y laboral de los que viven en la exclusión social. Así podemos llamarnos todos hermanos y seguir llamado Padre nuestro al Dios que se nos ha dado a conocer en Jesús, de acuerdo al texto comentado ayer.
Y el mismo evangelio nos recordaba hace poco que son bienaventurados los que trabajan por la paz y la justicia en el mundo. Algo que tiene que ver con el desarrollo económico y técnico que ha incrementado la riqueza de forma exponencial. La humanidad tiene al alcance de la mano la superación del hambre, de las grandes enfermedades vinculadas a la pobreza y de las carencias estructurales en educación, trabajo y vivienda. Sin embargo, la desigualdad no sólo persiste sino que se acrecienta. Dicen los cálculos estadísticos que con los que gastamos en helados en toda Europa durante un año, se podría solucionar el problema del hambre en el mundo. ¿Dónde estamos los cristianos? Un corazón nuevo para personas nuevas que hagan un mundo nuevo: esa es la señal que trajo Jesús con su vida, muerte y resurrección. Esa es la señal que nos toca repetir en nuestra realidad personal y social de hoy.
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