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4 de Febrero, 2008


Madurando como creyentes

(Mc 5,1-20):  En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.

Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.

Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

 

Nadie podía con él, ni el mismo se aguantaba y sufría consigo mismo. Tan fuerte estaba su espíritu dominado que dejado llevar por el mismo ni siquiera le apetecía ser liberado. Pero Jesús es más fuerte que el mal, está lleno de la acción de Dios en su persona, y le libera de aquel espíritu maligno, ante el asombro de unos y el miedo de otros que desean se vaya de su territorio. Incluido el interés de los porqueros que ven su ganadería peligrar.

 

 El liberado, ya consciente de si mismo, quiere seguirle. Es normal, estaba lleno de gratitud en su interior. Se nota diferente, era un excluído de la convivencia humana, estaba en un deplorable estado mental, alejado, fuera del pueblo, parecía como la encarnación de la degradación total. Ahora su vida ha cambiado radicalmente y quiere emplearla en algo útil. Pero Jesús le marca otro camino: seguir con los suyos y anunciar su obra, ser su testigo en su ambiente, con sus familiares, en su pueblo. Nadie como este hombre liberado del mal, con su experiencia anterior y conocido y despreciado por sus vecinos, podría hacerlo mejor en una nueva situación mental de la que todos se dan cuenta. Hay siempre diferentes modos de seguir a Jesús, distintos modelos. No hay uno marcado ni por leyes ni por normas. Lo importante es ser fiel a los principios del Evangelio y seguir luego los dictados de la propia conciencia. La unión de ambas cosas nos hará personas libres, ante instituciones, normativas, ambientes y otras personas. Y así iremos madurando en cristiano y en positivo.

Alcanzar esta madurez es uno de los objetivos permanentes de todos nosotros, siempre avanzando, como un ser vivo, sin dar marcha atrás. Al principio necesitamos estatutos, orientaciones que nos sirven de pedagogos para llegar a Jesús. Pero siguiéndole a El, ya no estamos bajo la ley, seguimos a una persona, somos testigos de Alguien que vive. Al encontrarnos con El, estamos ya capacitados para encontrarnos con cada ser humano, pues descubrimos también al Señor presente en todos en cada uno de los momentos vitales de nuestra existencia. Y lo hacemos desde que amanece hasta que se pone el sol. Con alegría, con vida, liberados de esclavitudes, de prejuicios, de estrecheces de miras, pasando por la vida haciendo el bien, sin mirar a quien, y poniendo la paz allá donde podamos en cualquier ambiente por difícil que sea.

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 4 de Febrero, 2008, 11:17, Categoría: Comentarios al Evangelio
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