(Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».
Hay leyes o costumbres en la vida que no tienen sentido, o más bien que pudieron tenerlo cuando se instauraron debido a la cultura vigente pero que con el cambio del tiempo han caducado, pues otros valores humanos imperan sobre los anteriores. Pensemos por ejemplo en el papel de la mujer antes y ahora. Hace mucho tiempo no podía ni firmar papeles de compra venta. Todo lo que hacía estaba en función de la autorización del hombre que tenía a su lado: su padre, su esposo o su hermano mayor. Otros valores, la conciencia de la dignidad de la persona, han irrumpido detrás haciéndonos ver que aquello era algo de un tiempo, y que no estaba al servicio de las personas. Lo mismo advierte Jesús con el sábado. Por eso es hasta provocativo, y sus discípulos arrancan espigas en ese día. Y deja bien claro que el sábado es para las personas y no al revés. O sea, que las normas, las costumbres, las leyes –de cualquier índole y de cualquier institución- están para el bien y el servicio del colectivo de los seres humanos, y no al revés. ¡Cuántas cosas tendríamos que revisar a la luz de este criterio en nuestra sociedad, en nuestras organizaciones e instituciones y en nuestras propias comunidades cristianas¡
Jesús es señor del sábado, también de la ley y de las normas. Nosotros, seguidores de Jesús, hemos de tener el mismo criterio y la misma actitud. No vale decir: “siempre se ha hecho así”. Si por ese criterio fuere hoy las mujeres no tendrían voz en esta sociedad.
Por otra parte, y pensamos es también una llamada del texto de hoy, las cosas que hemos o debemos de hacer, desde nuestra fe y conciencia creyente, las debemos hacer no porque estén mandadas y sin necesidad de que estén en ley alguna –no nos hacen falta leyes civiles para hacer aquello que en conciencia creemos-, sino porque debemos hacerlas y queremos hacerlas y nos gusta hacerlas y las hacemos por amor.
El choque con otras normativas por otra parte puede ser frecuente. La fe cristiana lleva en sí un peligroso germen de rebeldía que no se puede abortar por los poderes de este mundo. Porque en la conciencia de cada cual, solo manda uno mismo. Santo Tomás decía algo así como que en las cosas de conciencia, ni la Iglesia. Y , al contrario, si hubiere alguna norma o ley civil que nos obligara a todos y a cada uno a hacer lo que está legislado en contra del criterio evangélico, hemos de seguir primero a este que a la norma.
|