(Jn 1,29-34): Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».
Es un honor ser elegido por Dios y al mismo tiempo es una responsabilidad. Suponemos es lo que siente Jesús cuando sabe que lo proclaman así. Por eso porque necesita fortaleza para ello baja el Espíritu para confortarlo.
Nosotros, por el Bautismo, también somos elegidos de Dios. No solo por el Bautismo sino por los múltiples mensajes que han llegado a nuestra vida a través de la Palabra escuchada, del testimonio de familia y educadores, de otros amigos y compañeros, de un texto que leemos, de unas imágenes que contemplamos, de un poema que nos hace reflexionar… A través de muchas cosas podemos escuchar su llamada. Sería bueno que ahora que estamos empezando el año nos paráramos a pensar si realmente nos sentimos elegidos de Dios, y que escuchemos en el silencio de nuestro corazón esa llamada. ¿La sentimos?. Siempre tenemos un recurso: rogar que el Espíritu venga sobre nosotros e ilumine nuestro interior. Nos dará luz, seguro, y abrirá nuestros oídos. Y empezaremos, o volveremos, a sentir ese honor y esa responsabilidad de sabernos elegidos. Y surgirá de nuevo la alegría en nosotros que nos impulsará a caminar con la frente levantada sintiéndonos sus testigos, como comentábamos ayer.
|