Buscando la luz
Reflexiones creyentes


Inicio
Enviar artículo

Acerca de
Suscríbete al blog

Categorías
General [4] Sindicar categoría
Comentarios al Evangelio [747] Sindicar categoría
Reflexiones creyentes [42] Sindicar categoría
Testimonios [6] Sindicar categoría
Textos [8] Sindicar categoría

Archivos
Mayo 2010 [5]
Abril 2010 [5]
Marzo 2010 [7]
Febrero 2010 [6]
Enero 2010 [16]
Diciembre 2009 [22]
Noviembre 2009 [19]
Octubre 2009 [19]
Septiembre 2009 [6]
Agosto 2009 [8]
Julio 2009 [4]
Junio 2009 [15]
Mayo 2009 [20]
Abril 2009 [25]
Marzo 2009 [24]
Febrero 2009 [22]
Enero 2009 [24]
Diciembre 2008 [27]
Noviembre 2008 [24]
Octubre 2008 [26]
Septiembre 2008 [17]
Agosto 2008 [24]
Julio 2008 [23]
Junio 2008 [30]
Mayo 2008 [30]
Abril 2008 [30]
Marzo 2008 [31]
Febrero 2008 [29]
Enero 2008 [31]
Diciembre 2007 [31]
Noviembre 2007 [29]
Octubre 2007 [31]
Septiembre 2007 [25]
Agosto 2007 [20]
Julio 2007 [30]
Junio 2007 [31]
Mayo 2007 [29]
Abril 2007 [12]

Sindicación (RSS)
Artículos
Comentarios

 


8 de Diciembre, 2007


Día de la Inmaculada: Purificarnos para Dios

(Lc 1,26-38):   En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

 

Celebramos hoy la gran Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios.

 

No seremos capaces de disponernos en este día tan singular como se merece Santa María: somos niños toscos para valorar los tesoros sobrenaturales. Procuremos, en todo caso, considerar de modo especial en este día, que Dios –Sabiduría Eterna– quiso a su Madre totalmente limpia de pecado desde su primer instante, para que fuera una digna morada del Verbo. María, Madre de Dios y Madre nuestra, puesto que iba a concebir virginalmente al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, fue librada desde siempre y por siempre de toda relación con satanás. Nunca hubo en Ella pecado, ni esa consecuencia del pecado que es la tendencia al mal, consecuencia del desorden originado en nosotros por el pecado original.

 

En María reina en todo momento una perfecta armonía. Corresponde a su Creador y Señor comprendiendo que siempre es voluntad divina su bien. Esta comprensión positiva de su realidad personal frente a Dios, es una manifestación más de su inocencia original. En María se cumple en todo momento, como Dios espera, la vida humana. Es la criatura que responde exactamente a esa 'imagen y semejanza' que quiso el Creador plasmar de Sí en el hombre. En Ella, como asiente a Dios en todo, se manifiesta toda la bondad y la perfección que el Creador quiso para su Madre.

 

Por nuestros pecados, en cambio, tendemos a contemplar torcidamente la realidad. Incurrimos en ignorancia, pues tenemos la inteligencia herida por el pecado original y los demás pecados que, desde entonces, apartan al hombre de Dios y de la perfección con que Dios nos quiso. Debemos, por esto, suplicar con perseverancia en la oración rectitud en nuestros juicios y apreciaciones, y una comprensión recta de nosotros mismos y de la realidad, que nos permita decidirnos por lo verdadero y bueno. No deseamos vivir entre engaños, ni de nuestra condición personal ni de las circunstancias que nos rodean, y suplicamos a Dios, de quien procede toda verdad y todo bien, que no deje que nos engañemos por lo más fácil, por lo más grato, por lo que nos hace más atractivos o eficaces, pero solamente en este mundo.

 

Asimismo, queremos vigilar para no escatimar el esfuerzo que honradamente podemos y debemos poner con tal de cumplir la divina voluntad. No queremos concluir hasta cierto punto, en cierta medida sólo, lo que Nuestro Señor espera de nosotros, sino acabadamente: dedicando a nuestras tareas el esfuerzo y el cansancio necesarios, hasta hacer rendir del todo las cualidades que de El hemos recibido. Unicamente así podremos afirmar con verdad que lo hemos intentado sinceramente, y descansaremos entonces tranquilos. Posiblemente todavía tendremos que reconocer que es posible –con más capacidad, con más tiempo disponible, con más talentos en suma– concluir aquella tarea con más perfección. Personalmente, en todo caso, ya habremos cumplido por el momento, a la espera, tal vez, de otras circunstancias más favorables.

 

La figura de Nuestra Madre Inmaculada, nos ofrece, entre otros, un ejemplo de rectitud para captar la verdad de las circunstancias en las que Dios nos espera. Contemplando su vida santísima, entendemos si son reales las dificultades nuestras y proporcionados los medios que ponemos para cumplir la voluntad de nuestro Dios. Como Ella se declaró esclava del Señor, también nosotros queremos entregarnos sin condiciones y servirle por amor lo mejor que podamos en cada circunstancia. Pidamos a Santa María ser también humildes para –en nuestro caso– reconocer las personales limitaciones, para acogernos al poder providente de Nuestro Padre Dios, que cuenta con cada uno siendo como somos, y proveerá en favor nuestro para que se cumpla su voluntad.

 

Santa María, Regina apostolorum, reina de todos los que suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la sal que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a los demás la fe de Cristo.

 

Por Armando Maronese - 8 de Diciembre, 2007, 11:39, Categoría: Comentarios al Evangelio
Enlace Permanente | Referencias (0)




<<   Diciembre 2007  >>
LMMiJVSD
          1 2
3 4 5 6 7 8 9
10 11 12 13 14 15 16
17 18 19 20 21 22 23
24 25 26 27 28 29 30
31       

Enlaces
eGrupos
ZoomBlog

Otros blogs
Para ser diferentes
Pequeñas semillitas
Restauración de lo alto
Testigos del Evangelio

 

Blog alojado en ZoomBlog.com