(Lc 17,20-25): En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros».
Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».
Ya está aquí. No hay que ir muy lejos a buscarlo. Es como cuando nos hablan de la felicidad. Está dentro de nosotros. Se construye de dentro hacia fuera. Sin dejarse sentir. Y va creciendo, hemos de hacerlo crecer. Haciendo realidad lo que tenemos en nuestro interior, nuestros buenos deseos, nuestras buenas intenciones, nuestros proyectos. Exteriorizándolos poco a poco.
La culminación del mismo, el día final, eso será imprevisible. Nos lo ha dicho en todos los lenguajes: como relámpago fulgurante, como ladrón que no avisa. Pero eso no importa. Lo que importa es lo de cada día. Bástale a cada día con su afán. Los judíos, y los discípulos un tanto contagiados por esa idea, buscaban lo espectacular: como si el Reino de Dios viniera con una exhibición de fuegos artificiales. Y el Maestro siempre ayudándoles a aterrizar: “Está entre ustedes”. “Está dentro de nosotros”. Pero no lo comprendían mucho.
Y nosotros, ¿lo entendemos? Allí donde hacemos presente los valores humanos que son al mismo tiempo los divinos está el Reino. Está donde se practican las bienaventuranzas, donde existe la justicia, donde se siente la fraternidad, donde se vive el amor. Dándole entrada a estos valores en nuestra sociedad, haciéndolos presente desde nuestro interior, estamos instaurando su Reino.
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