(Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Los tres protagonistas del texto evangélico tenían diferentes motivos para estar en la agonía. Los tres también tenían diferentes actitudes ante el hecho de la muerte. Pero los tres habrán de afrontarla y pasar por esa experiencia. Es hoy el Día de todos los difuntos, que nos recuerda la gran verdad de nuestra existencia: del mismo modo que un día se nos regaló la vida, un día también esa vida terrena acabará para dar paso a otro modo de vivir, pues la vida no se acaba, sino que se transforma. Por eso la promesa de Jesús: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Es una promesa que nos llena a todos de esperanza. Hay un sentido para vivir, para afrontar los problemas, para superar las dificultades, para no desanimarnos por cualquier circunstancia adversa. También un día acompañaremos a los que nos han precedido en el camino y estaremos juntos allí donde, como nos los describe Pablo, no habrá llanto ni luto ni dolor ni muerte. Al recordar hoy a todos y cada uno de nuestros difuntos, es un buen momento para preguntarnos también sobre el sentido de nuestra existencia, y el valor que le estamos dando a nuestra vida.
En otro momento nos dirá Jesús que la voluntad de su Padre que lo ha enviado es que no pierda a ninguno de los que le ha entregado. O sea, que nos sobran motivos para la esperanza, para albergar en nuestro interior no solo la confianza sino la certeza de la resurrección de los que han ido por delante de nosotros en el camino de la vida, a quienes hemos amado y seguimos amando porque también están vivos en nuestros corazones. Confianza y esperanza porque sabemos que nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos, y que nuestro verdadero hogar está y estará siempre no en los cementerios sino en la casa del Padre, que es la casa común de todos.
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