
(Lc 12,8-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
»Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir».
Es como una especie de compromiso bilateral: tu por mi, yo por ti. Pero siempre con una garantía a nuestro favor, y es que cuando estemos en apuros o problemas o desmotivaciones fuertes el Espíritu del Señor nos enseñará en ese momento lo que conviene hacer o decir.
Es también una invitación a que hablemos de El, fundamentalmente con nuestras obras. Somos sus testigos. Una gran misión encomendada a personas débiles. El sabe que las cosas no van a ser fáciles, y que las consecuencias de tener fe en El no van a ser asumidas por todos ni personal ni socialmente. El sabe que en momentos concretos también a nosotros nos va a ser complicado dar la cara: No nos compromete tanto a decir que Cristo es Hijo de Dios, sino que todos lo somos, y esto puede comprometernos mas porque exige que todos seamos tratados con igualdad independientemente a nuestro origen o ideologías. No nos compromete a decir “amén” a todo lo que se nos sugiera, sino a cribar las cosas desde los criterios evangélicos. Pero siempre con una garantía a nuestro favor: el Espíritu del Señor nos enseñará en cada momento lo que debemos decir.
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