(Lc 11,37-41): En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, un fariseo le rogó que fuera a comer con él; entrando, pues, se puso a la mesa. Pero el fariseo se quedó admirado viendo que había omitido las abluciones antes de comer. Pero el Señor le dijo: «¡Bien! Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad. ¡Insensatos! el que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior? Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros».
No rehuye las relaciones personales con aquellos que no son de su corriente. Pero no sigue su juego ni sus tradiciones externas y ritualistas, pasando de lavarse las manos antes de comer. Porque lo importante en su mensaje, y así lo hace ver, no es lo exterior, el aparentar, sino lo que sale de dentro del corazón. Es el interior lo que hay que limpiar, y entonces surgirán obras buenas, como la limosna, al exterior y teniendo en cuenta a los demás.
A veces nosotros también pretendemos convertir en esencial ritos y costumbres de cosas externas, olvidando lo más importante que nace del corazón cual es el amor, y, sobre todo, el amor a los demás. Cosas de éstas hemos de revisar. ¡Menudo lío hicimos cuando comenzó a quitarse la costumbre del velo de la mujer en el templo¡ Le dábamos más importancia a eso que a la práctica de la solidaridad. ¿Nos quedan aún detalles parecidos? Sería bueno revisar cuánto puede haber en nuestra religiosidad, en nuestro vivir la fe, de fijarnos en las normas, en las costumbres, en la legalidad de lo pequeño, quedándonos con la conciencia tranquila por nuestros rezos bien hechos o nuestros ritos vacíos. Estas cosas no pueden ser compatibles con el cerrar los ojos a los problemas a nuestro alrededor, o con las posturas cómodas o cobardía para afrontar la realidad. Porque eso sí que sería lavarse las manos antes de comer, y cumplir la ley, olvidándonos de limpiar el interior.
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