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21 de Septiembre, 2007


Todos iguales, sin distincion

(Mt 9,9-13):   En aquel tiempo, cuando Jesús se iba de allí, al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores

 

Es una llamada personal, también lo es la respuesta. Llama a todos y a cada uno, no importa condición social, reputación o historia. Igual que los derechos humanos. También publicanos y pecadores. No solo los sanos, sino sobre todo los enfermos. No solo los que vivimos bien en el llamado Primer Mundo, sino también a los empobrecidos del planeta. Todos los mismos derechos. Todos y cada uno la misma llamada del Maestro. Sobre todo, los que más los necesitan: más los pecadores que los justos.

 

Mateo da testimonio de ello. Cobrador de impuestos. Sabría mucho de economía, pero no gozaba de buena reputación. Y un día le llaman, y él responde sobre la marcha. Y lo celebra con Jesús en una cena donde se sientan personas consideradas socialmente como impuras, y frente a las cuales hay un clima de rechazo. Sabe que lo criticarán, y eso hacen. Pero Jesús se mantiene impasible, y da como receta y norma, ante esa clase de problemas, la misericordia. Abrir de par en par nuestras puertas, las de cada uno y las de la Iglesia. Acoger y preocuparse por los que están más lejos, también por los que son más críticos, por los que parece que no caben. Sin distinciones, sin condiciones. ¿Por qué será que estas cosas nos parecen como repetidas? Pero es que no hay mas. Todo se resume en amar a Dios y al prójimo. Y cuando surgen personas de buena voluntad, la sociedad lo va releyendo e interpretando en cada momento de acuerdo a su organización. Como hicieron un día, en 1948, con los Derechos Humanos: la misma dignidad para todas las personas y todos los pueblos.

 

 

Por María Consuelo Mas y Armando Quintana - 21 de Septiembre, 2007, 12:34, Categoría: Comentarios al Evangelio
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