(Lc 7,31-35): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».
Se parecen a chiquillos, que no piensan sino en jugar o divertirse. No han llegado a la sensatez, les falta madurez. Es lo que de una u otra forma les viene a decir Jesús. La Sabiduría pasa por su lado y no se enteran, como si no estuvieran preparados ni capacitados para ello.
Como si, volviendo a una comparación de adultos, todo lo criticaran, a nadie le hicieran caso, salvo a lo que sale de ellos mismos y de su grupo de opinión. Algo frecuente, por otra parte, en nuestra sociedad actual sobre todo en los círculos políticos, encargados de promover el bien común de los ciudadanos.
Son, viene a decir el Maestro, como niños que no saben bien lo que quieren. El Bautista no es bien visto porque no come, Jesús porque sí lo hace. Como nosotros a veces: Nos encandila el mensaje del Evangelio por lo que encierra de generosidad pero nos decimos que vivimos en otros tiempos. Vivir el amor con ilusión nos parece a veces una exageración. Escuchamos la palabra “renuncia” y nos parece fuera de lugar. Nos hablan de “entrega a los demás” y pensamos en una ingenuidad. Nos recuerdan aquello de la “acogida” y nosotros traemos a colación la prudencia. Eso sí, seguimos siendo comprometidos con nuestro cristianismo. También en ocasiones somos como niños, que no sabemos lo que queremos.
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