(Jn 12,24-26): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará».
Lo dice el refranero popular: “El que quiere celeste, que le cueste”. Nuestros padres nos lo decían desde pequeñitos: para conseguir lo que se desea, hay que esforzarse y muchas veces renunciar a gustos propios. Lo saben bien los deportistas, atletas, bailarines, vedettes, y un largo etcétera de profesiones similares: si no se entrenan, si no vencen sus caprichos, si no se esfuerza, si no mueren a sus gustos personales por conquistar agilidad, fortaleza no tendrán porvenir alguno en su profesión. Para poder aprobar un examen, primero hay que romperse los codos estudiando y vuelta a estudiar. Jesús eleva a rango superior estas máximas de sabiduría natural, y lo deja bien claro: “El que ama su vida, la pierde”. Y pone el ejemplo de la semilla de trigo, de cualquier semilla, de cualquier producto de la naturaleza, tiene que ser enterrado para dar fruto. Morir y vivir. Morir y dar fruto. Renunciar y ganar. Esforzarse y tener resultado. Es siempre un doble juego, que vale para todo. También para la vida interior: si no morimos a nosotros mismos, a nuestro hombre viejo del capricho, del egoísmo, de la injusticia no podemos nacer al hombre nuevo del amor, de la justicia, de la solidaridad, del don.
Hoy la fiesta de un mártir, San Lorenzo, nos da testimonio de ello. Fue capaz de dar su vida. Y el martirio no solo es dar la sangre y dejar la vida. Es ese ir dejando la vida poco a poco con nuestros caprichos, nuestras comodidades, nuestros flirteos con el sistema de los valores de este mundo.
Si alguno quiere seguirme, que me siga. Es una invitación, pero tiene condiciones. No podemos seguirle sin salir de nuestro camino, nuestra rutina o comodidad. Hemos de hacerlo como el grano de trigo que muriendo, da fruto abundante. Sonreír aunque estemos con una pena interior, tender la mano a aquel que nos cae estrecho, olvidar perdonando como si no nos quedara herida alguna, dar sin esperar devolución, acompañar aunque nos sintamos solos; son cosas en que las muriendo un poco hacemos florecer algo más.
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