(Mt 11,25-27): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Todas las cosas no se aprenden en libros ni se estudian en las Universidades. No por mucho estudiar se tiene más educación o comprensión de la realidad. Hay cosas que ni los sabios o eruditos entienden. Hace falta sencillez y humildad, tener el corazón abierto, para que puedan entrar en la mente y uno pueda no tanto entenderlas sino asumirlas y vivirlas poniéndolas en práctica. No es, pues, la ciencia humana, ni el poder, ni la riqueza lo que atrae la mirada divina sobre nosotros. Se da a conocer a los pequeños, lo cual no quiere decir que los sabios e inteligentes no lo puedan ser también. Al contrario, pueden darse ambas cualidades en la misma persona.
Choca un poco este mensaje con el afán de muchos en nuestra sociedad, tal vez nosotros mismos en ocasiones, de llamar la atención haciéndonos pasar por importantes, buscando protagonismos personales en el trabajo, queriendo aparecer como que sabemos más que los otros, intentando ser los preferidos y salir bien en la foto, y no digamos nada cuando, en ese afán desmedido, consideramos que los otros son más débiles y los miramos con cierto desprecio. Todo lo cual vale también para los que no piensan como nosotros y son diferentes. A veces incluso llegamos a decir de muchos ese calificativo de “pobre gente”, como mirándoles con pena, con esa pena que se mira por encima del propio hombro. Así estamos haciendo de sabios e inteligentes, y por tanto merecedores de que hayan cosas que se nos oculten por parte del Maestro. O al menos que no las hayamos entendido bien.
Es un mensaje el de hoy que nos ayuda a situarnos también en la realidad social donde las diferencias están acentuadas cada vez más en creencias, culturas, razas, nacionalidades, posturas políticas u otras. Cuando somos y nos sentimos pequeños estas diferencias no importan, porque bulle en nosotros el amor.
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