(Mt 11,20-24): En aquel tiempo, Jesús se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti».
Es un texto un poquitín difícil de asumir. No nos imaginamos a Jesús maldiciendo. Al menos es la traducción que pone el texto. Lo vemos más como quejándose, haciendo reflexionar y descubrir qué hubiera pasado si aquel pueblo, si este pueblo, si nosotros hubiesen, hubiésemos tomado otros derroteros en la vida.
Todos hemos recibido múltiples dones desde el aire que respiramos hasta la mayor o menor salud que podemos disfrutar, desde la familia que tenemos hasta la casa que nos cobija, desde el trabajo que nos permite ganarnos nuestro sustento a los amigos con los que compartimos nuestros días, desde los estudios a los que hemos podido acceder a la inteligencia para afrontar determinadas situaciones, desde nuestra capacidad de alegrar a los demás hasta nuestras posibilidades para afrontar situaciones difíciles, desde la fe que se nos ha regalado hasta la capacidad de amar y de ser amados, desde el haber nacido en el país donde lo hemos hecho hasta poder disfrutar de parte de la riqueza mundial que otros no gozan, desde un largo sin fin de cosas hasta otro incontable número de ellas. Y todos son dones recibidos. También se nos puede preguntar hoy: ¿qué hubiera pasado si estos dones o regalos los hubiese recibido otra persona en otro lugar del mundo o al lado de nuestra casa?
En definitiva, es como una versión diferente de la parábola de los talentos. Se ha sembrado en nosotros para que se pueda recoger un fruto. Y el árbol se conoce por esos frutos.
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