(Jn 14,23-29): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».
Es uno de los trozos del Evangelio, si se pudiera elegir, que nos da más ternura y más esperanza. Es el texto de la esperanza, de la esperanza hecha realidad. “Vendremos a él y haremos ahí nuestra morada”. ¿No da confianza y seguridad estas palabras?
Irá el Espíritu, estará siempre con ustedes y se los recordará para que no se les olvide. Además les dejo la paz, no como la da el mundo. Por eso deberán alegrarse.
No es como la del mundo. No necesitamos muchas demostraciones para ello. Está clarísimo para todos nosotros, creyentes y no creyentes. ¡Cuántas veces hemos visto a nuestros dirigentes y/ o gobernantes sentarse alrededor de una mesa y firmar pactos para la paz, para el medio ambiente, en contra de los armamentos, a favor de un futuro sin centrales nucleares, a favor y en contra de muchas cosas que parecen darnos la seguridad de que por fin dormiremos en paz en cualquier lugar y rincón del mundo!. Se sacan la foto, sonríen y vuelven de nuevo a las andadas. Ni Kyoto ni convenciones de ningún tipo. Por eso dice, advirtiéndonos con bastante antelación: No es la paz que les da el sistema de valores de este mundo.
Jesús habla de la paz que da el Espíritu, que sale de dentro hacia fuera, que nos infunde tranquilidad, gozo y serenidad. Es una paz compatible con el dolor, con el sufrimiento o con el fracaso. Queda en el hondón del alma, donde El ha hecho morada en nosotros.
Es el trozo evangélico de la esperanza. Y para que no nos quede duda, nos insiste: “no se turben sus corazones ni se espanten”. La paz viene de dentro y ya está entre ustedes. Por eso deben alegrarse. Como si nos dijera: Ello les ayudará a afrontar los problemas tanto personales como familiares, tanto ambientales como laborales, tanto sociales como políticos. No se turben ni se espanten.
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