Juan 6,44-51.
Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Haz venido para darnos a conocer al Padre. Gracias por mostrarnoslo.
Y nos traes su vida a través de la tuya. Nos la das como alimento. El Pan del que nos hablas no solo es la Eucaristía, bajo cuya apariencia te has quedado, sino, en el fondo, tu propia persona. Comemos de ese Pan cuando hablamos contigo, cuando escuchamos tu Palabra, cuando la vivimos y practicamos, cuando intentamos serte fieles, cuando nos comprometemos con ese mensaje.
No es un mero rito, el rito de la Eucaristía. Como sacramento es un símbolo, y los símbolos nos remiten a la realidad de cada día, a la vida. Quizá por eso nuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, porque se quedaron en los ritos y en las letras, y no llegaron al simbolismo y al espíritu, que, en definitiva, es la propia vida.
Tú nos lo has dicho: tu pan es para la Vida del mundo, no para las apariencias, ni para las formas. No basta ir a la Eucaristía, no basta repetir lo que nos has enseñado, es necesario pasar todo eso poco a poco a la vida, porque Tú eres la Vida del mundo.
Gracias, Señor, por recordarnoslo de nuevo
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